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#ACOVATELMOS#talmos.Morcegos de Filosofía

Miro

En 1946 Miro contaba 20 años y huyó de Hamburgo, de casa de su madre,
tías y hermanas dejando a un hermano de 5 años.
No tenía padre, nunca supo quién era, por eso abandonó la casa de su
madre y fue a donde se le ocurrió, lejos, hacia el mar. Y no llegó muy
lejos, a 10 kilómetros de Hamburgo encontraría un lugar con un manantial
y un molino viejo. Allí decidió construir su casa, una casa propia. Los
primeros días trabajó sobre un tablón en los planos, los materiales que
necesitaría, el apoyo que le llegaría en forma de amistad de los conocidos
y amigos de la ciudad Meditó acerca de su huída, y cuando supo que era
una decisión firme se puso manos a la obra. Con unos meses consiguió un
hogar donde fundar una familia si ...
El crecimiento de Europa era vertiginoso y los avances de la ciudad
le trajeron visitantes y pronto nuevos vecinos.Miro había huído
de la ciudad y la hipocresía, pero esas malas pécoras no te abandonan, en
1960 había barrio en Bahrenfeld von Sauer, que es como llegó llamarse el
lugar  en los mapas. La cordura y el tino y acierto de Miro en el manejo
de las cosas de la vida le dieron fama y reconocimiento, y hasta le
homenajearon con una plaza en la ciudad, la Hansaplatz. Cuando toda
aquella gente que no soportaba comprobó que se valía sin acobardarse
cuando hacía mucho frío o la comida era un bien caro.
Literalmente la ciudad engulló Bahrenfeld von Sauer. Miro, que había dado
nombre al lugar al llegar,  vio como se le solicitaba una y otra vez para
construir casas, pero él, que había llegado el primero al lugar, tenía un
serio prejuicio contra los extraños.
No, no le gustaba volver a la ciudad. Ayudó a conocidos de viejo que se
allegaron a Bahrenfeld, a esos sí, pero a los nuevos colonos no les
ofreció más que un plato de comida ocasional.
No aceptó algo para hacer porque tenía una libra de mantequilla y pan
del horno que se había contruído para cada día. La levadura y la harina
las conseguía cambiándoles por el pan que cocía en el horno de casa,
no necesitaba esa fama, esa sociabilidad que en casa de su madre le era
tan requerida y exigida antes de la huída.
Y llegaron las mujeres, y Miro quiso tener un hijo, y para eso aceptó
que las mujeres construyeran una casa al lado de la propia de Miro, en el
trato de que sería para albergar la residencia de su hijo. Era 1965,
se construyó además un local para escuela infantil y cuando Miro rechazó
los papeles del Estado, de Alemania, que le hacían dueño de las casas,
lo hizo con el argumento de que para educar un hijo se necesitaba algo,
convivencia, no un Estado ni los chupatintas abogados ni contratos de
matrimonio. Las dos mujeres se portaban bien, pero un buen día le llegó
una carta a Miro, proveniente de la administración del Estado, que le
expulsaba del país. Miro había olvidado el alemán escrito por
falta de uso, y en esa tesitura un nutrido grupo de vecinos se le
acercaban en manifestaciones delante de su casa para recriminarle por
unas actividades políticas de alguien que debería ser él, tenía que ser él,
pero no, no lo era. Aquellos vecinos estaban resentidos porque Miro tenía
un criterio. No quiero vecinos. Desde el principio. Más vecinos
 más problemas, más ambiciones, más malentendidos, en suma, más, y eso
Miro no.
  Por eso, conjeturó que se repetía la historia, que el núcleo familiar
de su madre, que lo manipulaba hasta la saciedad se había convertido en
un vecindario agresivo. Por segunda vez, Miro huyó de la pelea y emigró
al Sur. Al lugar más lejano que podía recordar que le parecía en su
adolescencia más fascinante. España. Era 1970 y Miro contó sus 44 años
mentalmente antes de ir.

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